Orgullo y prejuicio
Por Juan Lacarra Albizu
«Pensar de forma crítica exige una gran apertura a las aportaciones de los demás» (Juan Meseguer, El Pensamiento Critico: Una actitud)
Por eso, y porque escuchar no está de moda, la búsqueda de la verdad y de la objetividad está tan en desuso. Porque pensar de manera crítica e independiente, está casi siempre muy alejado de las corrientes de la moda y de la comodidad que supone seguir a la generalidad (o “al rebaño”) y a unos prejuicios que casi nadie se atreve a rebatir.
Pero no es crítico el contestatario que no escucha porque piensa que no tiene nada que aprender. Al revés, el pensador crítico escucha, analiza, compara y saca sus conclusiones. Piensa, con razón, que escuchando se aprende y se toman mejores decisiones.
Por el contrario, el que no es capaz de escuchar todo lo critica y todo lo revisa, excepto sus propios prejuicios. Y el prejuicio es casi siempre la antesala del orgullo. Pero el orgullo mal entendido que la RAE nos define en su segunda acepción como “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia que suele conllevar sentimiento de superioridad”. En este contexto no se respetan las ideas ajenas y se tiene demasiada consideración hacia las propias.
Disculpen la disertación y la utilización del título de la gran novela de Jane Austen, pero es que detrás de muchas decisiones políticas como las que hemos padecido esta semana, hay mucho de orgullo y prejuicio. Orgullo y prejuicio que llevan a hacer la cuenta al revés, a tomar decisiones previa búsqueda desesperada de justificaciones basadas en falsedades, para llegar a dónde se quería llegar desde el principio.
¿Es admisible que una administración pública a la que le hemos encargado y delegado la administración de nuestras aportaciones económicas y sociales, de nuestra seguridad y nuestro bienestar, no escuche a sus administrados?
La presidenta del Gobierno de Navarra, en la entrega de los premios de la Confederación de Empresarios de Navarra que tuvo lugar la semana pasada y a la que asistí, remarcaba que al Gobierno de Navarra le gustaban las “empresas buenas”. A los ciudadanos también nos gustan las “empresas buenas”, y también algunos políticos, pero solo los “políticos buenos”.